
La comunicación, al igual que las relaciones personales, tiene componentes de agresividad, de pasividad y de asertividad inherentes al proceso. Negar especialmente la primera parte de esta tríada puede conllevar el riesgo de caer una posición buenista que genere reacciones precisamente agresivas hacia la interpretación de lo ocurrido. De la misma manera, el querer demonizar las posturas pasivas ante depende qué situaciones, especialmente las de conflicto o las de desequilibrio de poder entre las partes, puede equivaler a negar aún más la propia naturaleza de las relaciones humanas y por tanto calificar de no deseables algunas emociones que aun teniendo mal cártel suelen tener una valía innegable en escenarios complejos, como puede ser el miedo o el rencor.
No deja de ser cierto tampoco, que las intervenciones psico-sociales deberían intentar como principio restaurar el equilibrio en situaciones relacionales que sean muy dispares en el reparto de influencia entre los implicados, de bienestar o malestar, y en cuanto a la emoción expresada que se puede dar entre los mismos. Sería uno de los principios de la psicología sistémica, que desde Minuchin (1980) busca el equilibrio en las relaciones familiares en cuanto a la capacidad de poder expresar emociones en el si de la familia. La psicología restaurativa podría concederse el mismo principio restaurador para las relaciones entre personas implicadas en situaciones que han conllevado un daño para alguna de ellas. El paradigma actual vendría a ser el de Justicia Restaurativa, haciendo referencia a un modelo de justicia contrapuesto al modelo de justicia tradicional o retributivo, que enfatiza en reparar el daño causado por un comportamiento dañiño involucrando a las diferentes personas afectadas mediante diferentes procesos cooperativos que les hacen interactuar entre ellos (Tamarit, 2012).
La traducción literal de Restauración podría ser la de volver a levantarse. Y se basa en el instinto de supervivencia con el que contamos de manera innata, aún pudiendo estar este más o menos mermado según las circunstancias. El Ego y su parte de salvaguardar la dignidad propia juega un papel importante, pues nos hace conectar en contextos amenazantes con nuestras medidas de supervivencia clásicas y con las que venimos equipados de saque: atacar-defendernos-huir-paralizarnos. La ultima vale la pena resaltarla, pues se suele tratar poco o de manera ligera. Puede visualizarse con el ataque de pánico ante un peligro que percibimos desmedido, y ubica al cuerpo en un estado de bloqueo, que no vendría a ser tan distinto de cuando una presa se queda inmóvil ante un depredador para que este no lo perciba o para que un potencial agresor piense que carece de vida y pierda parte de su interés en seguir con el ataque.
El modelo restaurativo por tanto, busca en su inicio conceptual proponer que las reacciones de las partes que han estado inmersas en un acto doloroso para alguna de ellas, han tenido reacciones biológicas antes unos estímulos sociales determinados, que a su vez pueden venir condicionados por el histórico de los individuos, los cuales son casi enteramente permeables a los factores socioculturales que han intervenido en su desarrollo. Aparece por tanto un principio para poder restaurar el daño hecho: la narrativa de nuestra historia construye la percepción de nuestra realidad, y esta puede ser compartida. Las personas que han recibido daño de un agresor, y las personas que lo han generado a un receptor, más allá de un discurso individual y de las responsabilidades que deban asumir por lo ocurrido, pueden generar una narrativa compartida, construida en coordinación, para poder entender y sanar lo ocurrido, a la vez que hay un potencial de aprendizaje que puede acercar a que no se repita una situación similar a futuro.
La ventana restaurativa es una especie de protocolo para visualizar la posición de las partes que se encuentran en un proceso de poder resolver un daño sufrido. Siempre teniendo en cuenta que ante depende qué circunstancias lo principal sería adoptar unas medidas de urgencia previas para proteger a quien haya recibido el daño de seguir sufriéndolo si no está en una posición de poder generar un relato compartido y reparador. Por tanto estaríamos poniendo como premisa previa que es totalmente lícito querer restaura un daño sufrido con la presencia de quien lo ha generado. Dicha ventana de pasos o posiciones comunicativas podríamos representarla de la siguiente manera:
REACCIÓN PUNITIVA | REACCIÓN PERMISIVA | REACCIÓN NEGLIGENTE | REACCIÓN RESTAURATIVA |
GENERA CASTIGO Emoción ppal CULPA Soporte de los demás BAJA Aparece la ESCALADA |
Genera DESRESPONSABILIDAD Emoción ppal MIEDO Soporte de los demás EXCESIVA Aparece SOBREPROTECCIÓN |
Genera INDIFERENCIA Emoción ppal ASTÍO Soporte de los demás BAJA Aparece la DESPROTECCIÓN |
Genera RESPONSABILIDAD Emoción ppal RESPETO Soporte de los demás ALTO Aparece la VALIDACIÓN |
La persona ante una dinámica de agresión sea física, psicológica o contextual, puede ubicarse con independencia de su rol en una de estas 4 fases del proceso de respuesta o de responsabilidad. También sería válido para aquellas personas que quieren o están implicadas en situaciones donde se genera daño a un tercero, especialmente si esas personas pertenecen a una misma comunidad. Cita Amin Maalouf en uno de sus personajes de Leon el Africano “Si una comunidad deja que se ataque a su miembro más débil, esta irremediablemente se descompondrá”.
La primera etapa, la punitiva, puede ser la más natural cuando recibimos un daño o cuando un ataque que contemplamos nos parece gratito e injusto. Las reacciones permisivas y negligentes probablemente no solo no generaran un discurso compartido, si no que legitimaran que continue el proceso doloso. Por tanto la reacción restaurativa, sería una fase del proceso que permitiría darle un sentido a lo que está ocurriendo y por tanto una resolución. Además de usar una de las herramientas sociales más potentes y generadoras que tenemos, que es el diálogo como constructor de realidad compartida y operatibizables.
Para poder acceder a estas reacciones o postura restaurativa se deben poder formular peticiones a las otras partes, pudiendo diferenciar entre estas y el formato de las exigencias, que se acercan más a una formulación en punitivo sin dar opción a la otra parte a negarse a su cumplimiento. Por tanto las demandas que contengan nuestras peticiones deben ser concretas y sobre todo negociables, lo cual abre la puerta poder optar a varias soluciones.
Si las peticiones no generaran proximidad personal ni tampoco hacia la solución dialogada y en común, estaríamos entrando en otra fase de resolución del conflicto, que seria la individual y que implicaría el tener que activar una autonomía mental y emocional para asumir que no existe voluntad o capacidad de las otras partes para superar o finiquitar lo ocurrido. Aun así, el esfuerzo hecho aunque conlleve más dolor o frustración no caerá en saco roto, pues la capacidad dialogante y resolutiva de la parte que ha estado abierta al cambio se verá aumentada para posteriores situaciones donde se vea amenazada su integridad física o moral.
Vale la pena acabar construyendo una comparativa con los médicos que pueden ser objetores de conciencia en el acompañamiento de un paciente que quiere la muerte asistida, ya sea porque no comulgan con esta opción o por el conflicto personal que puede suponer estar en este proceso. De la misma manera no todos los profesionales tienen porque poder o querer acompañar en un proceso restaurativo entre las partes que se han generado daño, especialmente si la identificación de la victima es clara y manifiesta. En algunas ocasiones podemos volver a repetir a manera de colofón que es licito el no querer restaurar.
(Manual de Justicia Restaurativa; Naciones Unidas; New York 2006: https://www.unodc.org/documents/justice-and-prison-reform/Manual_sobre_programas_de_justicia_restaurativa.pdf
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