Los datos no pueden ser más evocadores y sugerentes en un sentido puramente negativo. Desde hace 15 años la necesidad de evasión de la sociedad principalmente occidental se ha disparado. Es probablemente la primera pandemia a la que nos estamos enfrentando en este siglo XXI que ya comienza a ser adolescente. Y tiene graves problemas de conducta, de salud y rasgos también psicóticos.
En el 2001, uno de los grandes productores de opio a nivel mundial, contaba con 8.000 hectáreas dedicadas a este cultivo para después enviar la producción a profesionales más legales y que son los que verdaderamente se enriquecen. En 2020, este productor mundial cuenta con 224.000 hectáreas una vez finalizada la intervención militar americana e internacional. Estamos hablando de Afganistán. Que al igual que Colombia donde su parte guerrillera se financió durante lustros con el cultivo de cocaína, los talibanes lo han hecho con el de opio. Más allá de juzgar como se financia cada ejercito, lo más interesante es reflexionar sobre la demanda que hay detrás de este incremento del 2000% en 20 años. Algo ha cambiado en nuestra forma de afrontar y conceptualizar el dolor.
El cerebro es un órgano maravilloso, probablemente el que tiene un tatuaje más claro y más fidedigno de nuestra historia como especie. Pero también tiene su lado oscuro. No necesita demasiados ensayos para grabar aquellos estímulos que le quitan el malestar. Los experimentos llevados a cabo por la psicología básica vieron que aves y mamíferos no necesitan más que 2 o 3 ocasiones para reconocer y almacenar un estímulo que les suprimía un malestar como algo a buscar en cuanto se diera la misma situación estresante o dolorosa. Los estímulos que tenían mas potencial para desarrollar esta impronta eran los que se presentaban con forma de alimentos, drogas y sexo.
No es difícil recuperar una imagen diaria que podemos tener todos al alcance de la mano. En nuestro día a día, especialmente si vivimos en una gran ciudad como puede ser Barcelona, Madrid, Bilbao o Sevilla, la cantidad de situaciones estresantes que hemos de gestionar desde la mañana hasta la noche pueden superar la decena o la veintena. Y cada vez los estímulos que se nos presentan y la situaciones a resolver son más complejas porque el mundo social y de la información en el que vivimos lo es también cada vez más. Si no vivimos en una gran ciudad, pero no estamos exentos del flujo de información ingente en el que se desarrolla la comunicación interpersonal actual, tampoco creo que la cantidad de situaciones baje hasta 0.
Hemos de sumar otro factor importante al aumento de la producción de opio a nivel mundial. Y es el fácil acceso que tenemos a los medicamentos para evitar el dolor. Especialmente en Norte América, donde se concentran las farmacéuticas más importantes al menos hasta la fecha, el mensaje que recibe la población de manera más o menos explícita mediante la publicidad es el de no ser necesario convivir con el dolor. Y supongo que hacen referencia tanto al físico como al psicológico. Desde este país de más de 500 millones habitantes, es el siguiente dato: por adicción a este tipo de fármacos fallecieron más de 64.000 personas en el 2016 por sobredosis. Fentanilo y Oxicodona, reinas del mercado negro, fueron las principales homicidas.
El movimiento social asociado al consumo de opiáceos se nutre de esta idea: es innecesario sentir dolor. Si sumamos esta idea al concepto de #felicidadtóxica tenemos un resultado digno de equiparar con la mezcla Barbitúricos y Alcohol. No tienes porque sentirte mal, y si dejas de buscar la felicidad algo no estás haciendo bien. La consecuencia de las fuerzas que generan estas 2 ideas tiene un matiz claramente psicótico.
Los datos previos al cambio de ciclo que ha supuesto la pandemia del Covid-19 mostraban que entre 2008 y 2015 el consumo de fármacos basados en opioides creció en España un 83,5% según la Agencia Española del Medicamento. Aunque desde asociaciones de expertos en consumo de drogas, y usadas por el Ministerio de Sanidad español en 2019, se calculaba que la tendencia al alza alcanzó su punto álgido en 2017. En parte, la motivación que dan algunos expertos es que la población española está muy envejecida. Factor que motiva el uso o abuso de medicación para dolores diarios asociados a la etapa de edad. Sin embargo, no existe una conciencia clara por parte de la población general de los riesgos que suponen a nivel adictivo el consumo de fármacos tan potentes como éstos, y mucho menos de la dificultad que luego tiene la retirada de los mismos, que se ha de hacer por un profesional y de una manera progresiva. En el siguiente artículo publicado en 2019 por el Periódico, se alerta también del consumo de opiáceos como sustitutivo de los antiinflamatorios. Es decir, matar moscas a cañonazos.
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