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LOS MENSAJES DE LA ADOLESCENCIA: COMUNICACIÓN DIGITAL

Foto del escritor: Lucia PirisLucia Piris

La conceptualización de la adolescencia ha tenido en los últimos 40 años un cambio o una evolución considerable. Si en los años 80 y 90 del siglo pasado se consideraba una etapa vital de transición entre la infancia y la madurez, actualmente la perspectiva evolutiva la considera una etapa plena donde las personas necesitan encontrar una afirmación de su identidad que marcará entre otras cosas su salud mental a futuro, con los factores socio-políticos que esto puede implicar para sociedades con tan poca juventud como las europeas.


Probablemente el primer cambio que generó movimientos definitorios en este sentido fueron las políticas de planificación familiar de los años 70 en España, que tuvieron un impacto demográfico considerable, y más viniendo de la generación boom de la década anterior, y que como resultas también cambió la manera de relacionarse con los hijos que eran menos en cantidad y que además tenían sobre ellos unas expectativas si no nuevas quizás sí más pesadas.


Si seguimos un paso más esta línea cronológica, los padres se vieron en España a finales del siglo 20 en una encrucijada morrocotuda. Intentaban transmitir respuestas simples a modo de orientaciones vitales a unos hijos, que cada vez debían asumir y afrontar circunstancias socio-culturales complejas además de cambiantes. El consumo de drogas y el mercado laboral con crisis cíclicas pusieron a prueba unas relaciones que ya empezaban a mostrar descosidos cuando quedaba patente que los modelos de la dictadura en cuanto a moral sexual habían saltado por los aires con la muerte del dictador y del antiguo régimen. Parece lícito por tanto pensar en la comparativa de la desorientación que atribuimos muchas veces sin reparo los profesionales a los padres actuales, con la que debieron sentir aquellos padres criados en la posguerra cuando debían hablar de cannabis y de preservativos a sus hijos, vestidos estos con minifaldas y escuchando rock.


Sí que es cierto que los padres de adolescentes en la actualidad deben gestionar un reto mayúsculo, que no es otro que el de convivir y criar a una generación Z, la cual no tiene referencias de una existencia propia en la que el acceso al universo cultural y de información que supone internet, con sus extensos pros y contras, no haya estado siempre ahí, a la distancia de un clic. Lejos quedan para ellos los locutorios, los cibercafés y los primeros Nokias.


La comunicación actual, y especialmente para los nacidos después del 2005, es casi enteramente o mejor dicho, no puede ser independiente de la digital. Para esta generación comunicación usando la tecnología y la clásica más presencial son 2 partes de lo mismo, que solo se diferencia desde el constructo de los adultos, que debido a su experiencia vital en la que tuvieron que añadir la primera a un mundo anterior analógico, visualizaron como esta herramienta llegaba para mejorar lo existente. Pero para el menor de 20 años, no hay una referencia vivida en el que el acceso a Internet no haya sido como para los mayores de esta edad el equivalente al acceso a la luz eléctrica o al agua corriente.


Las 2 grandes características por tanto de la Comunicación Digital podrán resumirse en:

  • La posibilidad de estar conectado 24/7.

  • El relato digital.


El primero tiene que ver con la parte técnica que posibilita que desde el dispositivo móvil mantengamos una conexión digital constante e ininterrumpida con la red comunicativa que supone internet, y que además depende de no separarnos de los objetos que lo permiten, como el teléfono y el wi-fi. El segundo ya es mas complejo y arrastra conceptos como la vivencia emocional de la soledad y los mecanismos que influyen en el sentimiento de pertenencia. Ambos a flor de piel en la etapa adolescente.


El relato digital viene siendo aquella narrativa que hacemos llegar a los demás por medios digitales sobre nuestra vida, lo cual incluye información personal de nuestro día a día y opiniones al respecto de temáticas opinables y al acceso de cualquier otro usuario del medio digital. El relato digital puede ser equivalente pues a un cambio en la intimidad, que en este caso también se vuelve digital a la vez que pública, y sobre la que valdría preguntarse lo mismo que hemos hecho sobre la vida social: eso de si el adolescente no diferencia entre intimidad real e intimidad en las redes sociales digitales compartidas. Sin ánimo de querer dar una respuesta única, sí que parece evidente que hay un criterio claramente diferenciado entre lo que cree que se puede subir a una red un padre y lo que cree un hijo adolescente. El segundo quizás por todavía no haber alcanzado cierto grado de madurez, hace muchísimas menos diferencias entre un campo y otro, lo cual nos retrotrae a los mismos pocos remilgos que puede hacer al diferenciar vida social presencial de digital.


Para no dejar de ser altamente complejos y sofisticados añadamos un par de factores mas de rabiosa actualidad. Hasta la fecha, es probable que el único factor de riesgo validado mediante estudios competentes que influye en el uso adictivo de Internet es la Soledad emocional no deseada. Y el principal factor de protección, en este caso a validar según el contexto, puede ser una estructura familiar capaz de ser nutritiva y clarificadora para las necesidades del adolescente.


Los elementos que pueden hacer de protección o de orientación para los nuevos retos que afrontan hijos y padres ante una sociedad de alta complejidad técnica y social se podrían esquematizar en:

  • Estructura horaria con pocos cambios

  • Apoyo social percibido de las personas cercanas

  • Rituales familiares compartidos y con periodicidad constante

  • Lógica de prioridad para pasar tiempo con el resto de la familia, especialmente aplicado por los padres en la conciliación familiar

  • Modelaje en la autoprotección ante factores amenazantes


Y si nada de esto sirve, y tanto padres como hijos como profesionales de la salud caemos en la desesperanza de no encontrar mejoras sólidas con la generación adolescente actual que nos haga pensar que el mundo y que el ser humano esta evolucionando a mejor, siempre nos quedará referenciarnos a que las crisis de autoestima suelen tener un periodo de vigencia de 3 a 4 años, lo cual es menos que el maleficio por romper un espejo, el cual si recuerdo bien son 7. Lo que me hace preguntarme, cual seria el periodo de maldición por romper a conciencia la pantalla de un móvil o de una Tablet a un adolescente.  

 

(referencias gracias a Jordi Bernabeu Farrús, psicólogo del Hospital de San Joan de Deu en Manresa, especialista en jóvenes  y consumo de pantallas).

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