Desde hace unos 10 años el consumo de opiáceos se ha disparado en la sociedad occidental. La forma en la que se nos ofrece no es a través de un traficante peligroso y de las zonas más humildes de Barcelona, ni tampoco nos detendrá la policía si nos encuentra estas dosis. Pues se puede adquirir tranquilamente en la farmacia e incluso por Internet. Son preparados médicos preparados para no hacernos sentir dolor. Y sus nombres son bien conocidos incluso para quien no los haya probado nunca, como Diazepam, Rubifen, Orfidal, Seroquel, y un largo etcétera que forman desde hace tiempo parte de nuestro alijo permitido y habitual situado en el botiquín de nuestras propias casas.
Huelga decir el poder de las farmacéuticas desde hace mínimo medio siglo. Pero si a eso le sumamos el poder de seducción que pueden ejercer al usar los medios de comunicación para hacer llegar sus mensajes, tenemos un cóctel difícil de contrarrestar, y dando forma a un mensaje subyacente que puedes olfatear en la sociedad: si pasas dolor es porque eres tonto o porque quieres. Haz la prueba! Declina la medicación habitual que te ofrecen en el dispensario, tu médico de cabecera, o un familiar. Y observa acto seguido su expresión a ver qué conclusiones puedes sacar.
Las situaciones estresantes y el malestar que suponen, también pueden verse como una oportunidad. Un paso ineludible para ello es aceptar dicha sensación desagradable. El sufrimiento es inherente a la experiencia, que por otra parte es la garantía que estás sintiendo.
Luego viene dar el segundo paso: orientarte a la práctica, a la acción. A pesar del estrés y la angustia que se puede estar sintiendo. Las terapias contextuales, también llamadas de tercera generación, inciden en este propósito de dar sentido práctico a los sorbos amargos.
El problema no está en el sufrimiento, sino en las acciones que se llevan a cabo a modo de defensas o evasiones para evitarlo, suprimirlo, y no sentir su sabor. Una frase que puede servir para ilustrar la propuesta práctica de cómo no desterrar el malestar es: "Hay que ser muy valiente para vivir con miedo" (Ángel González).
Existen 2 ingredientes que tienen un papel importante para poder transformar los limones en limonada: la acción y el lenguaje. El primero se refiere a la capacidad de probar y actuar sobre la realidad para encontrar maneras nuevas de afrontamiento. Y el segundo, el inestimable lenguaje, que si no se mezcla bien en la receta puede tener un gusto paralizante. Los mensajes que nos enviamos nos pueden encasillar y dejar hambrientos, sedientos y con los labios cortados.
Si la limonada que preparamos tiene un efecto revitalizante lo sabremos pronto, pues no habrá mejor forma de verlo que en la mesa que hayamos preparado. Si estamos solos disfrutando de ella, se perderá la oportunidad de compartir el frescor nuevo de la receta, pero si por el contrario mejora nuestras capacidades comunicativas, estaremos probando que no parece haber mejor propuesta para el estrés que la comunicación interpersonal (Comunica para afrontar el estrés! El amargo puede tener un toque dulce).
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