AUTOESTIMA SESGADA EN TCA: MODELO DE LAS 4 AES
- Alexander Tomé
- 17 abr
- 4 Min. de lectura
La autoestima es la valoración subjetiva que una persona tiene de sí misma; es decir, la percepción que construye sobre su propio valor, sus capacidades y merecimientos. Esta percepción influye profundamente en la manera de enfrentarse a la vida, en las relaciones con los demás y en la forma de afrontar los desafíos cotidianos (Branden, 1995)
En el contexto de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), como la anorexia nerviosa, la bulimia o el trastorno por atracón, la autoestima desempeña un papel crucial. Diversas investigaciones han demostrado que quienes padecen TCA suelen presentar una autoestima significativamente baja, especialmente en aspectos relacionados con la imagen corporal, la autovaloración y la autoaceptación (Asuero et al., 2012). Esta baja autoestima no solo puede actuar como un factor de riesgo para el desarrollo del trastorno, sino que también tiende a mantener y empeorar sus síntomas, generando una dinámica difícil de romper.
Muchas personas con TCA asocian gran parte de su valor personal a su apariencia física o a la percepción que tienen de su cuerpo. En numerosos casos, creen que alcanzar un peso considerado “ideal” mejorará su autoestima y percepción personal. A esta idea se suma la expectativa que, al cumplir ciertos estándares estéticos, recibirán más reconocimiento y aceptación por parte de los demás. Así, la autoimagen se convierte en un factor determinante para la autoestima, reforzando la necesidad constante de alcanzar ideales físicos que, en muchos casos, son inalcanzables o poco realistas.
Sin embargo, la autoestima va mucho más allá del aspecto físico. Tener una autoestima saludable implica reconocerse, valorarse con sinceridad, aceptar las propias imperfecciones con compasión y ser capaz de atender las propias necesidades, tanto emocionales como físicas. Supone también conocerse a fondo, respetarse y establecer límites sanos y claros que favorezcan el bienestar integral.
En cambio, una persona con baja autoestima tiende a tener una visión distorsionada y negativa de sí misma. Minimiza sus logros, los atribuye a la suerte o a factores externos, y centra su atención en los errores o fracasos. Otra modalidad sería atribuir estos solo a su propio esfuerzo, buscando los resultados del mismo en algo medible, como el peso o las calificaciones sociales tanto como académicas. Esta autovaloración sesgada suele estar acompañada de una crítica interna constante, que neutraliza cualquier reconocimiento externo o diferente, frenando cuando no distorsionando el crecimiento personal y socava la confianza en las propias capacidades diversas.
La presión por cumplir con estándares de belleza, junto con una autocrítica persistente y una sensación de insuficiencia, puede llevar a adoptar conductas alimentarias dañinas como una forma de controlar o mejorar la imagen corporal y, con ello, la autoestima. Por tanto, comprender y trabajar la autoestima son clave en la prevención y el tratamiento de los TCA, ya que permite intervenir no solo en los síntomas visibles, sino también en la raíz emocional y cognitiva del problema.
Fortalecer y diversificar la autoestima en personas con TCA requiere mucho más que centrarse en la alimentación. Las personas que sufren de un TCA experimentan con frecuencia variaciones en la percepción de su cuerpo según su estado emocional: un mal día, una crítica o un error pueden hacerlas sentir “más gordas”, aunque su peso no haya cambiado. Del mismo modo, un elogio o una experiencia positiva puede llevarlas a verse “más delgadas”. Este hecho muestra cómo la autovaloración está profundamente condicionada por factores emocionales y externos. La imagen corporal, entonces, no es el problema principal, sino un reflejo de una autoestima frágil o sesgada.

Para nutrirla, es esencial fomentar el autoconocimiento y la autoaceptación, desarrollar una actitud compasiva hacia uno mismo y aprender a identificar tanto emociones como necesidades. Herramientas como las “4 Aes” de la autoestima —Aprecio, Aceptación, Afecto y Atención— pueden ser muy valiosas en este proceso:
Aprecio: reconocer lo valioso que hay en uno mismo.
Aceptación: entender y respetar los propios límites y características diversas
Afecto: hablarse con cariño, como se haría con alguien querido.
Atención: escuchar con sensibilidad lo que uno siente y necesita.
Además, es importante trabajar el diálogo interno, identificar los momentos de autocrítica y comprender su origen. La autoestima no es algo fijo: puede moldearse, evolucionar y fortalecerse con el tiempo. Muchas personas con TCA tienen dificultades para identificar y expresar lo que sienten. Esta desconexión emocional dificulta el reconocimiento de sus cualidades y capacidades, alimentando una imagen distorsionada de sí mismas. Por eso, mejorar la autoestima durante el proceso de recuperación no es fácil, pero sí es posible.
El primer paso es comprender que el valor personal no depende del aspecto físico. Cambiar la relación con uno mismo —aprender a quererse, valorarse y tratarse con respeto— es esencial. En este camino, el acompañamiento profesional marca una gran diferencia.
Recuerda: la autoestima se construye poco a poco, con paciencia, compromiso y apoyo. Con el tiempo, es posible mirarte con ojos más amables, más justos y más reales.
Referencias
Asuero Fernández, R., Avargues Navarro, M. L., Martín Monzón, B., & Borda Mas, M. (2012). Preocupación por la apariencia física y alteraciones emocionales en mujeres con trastornos alimentarios con autoestima baja. Escritos de Psicología (Internet), 5(2), 39-45.
Branden, N. (1995). La psicología de la autoestima. Paidós.
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