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EL ARTE DE LA AYUDA PASA POR EL ARTE DE LA PREGUNTA

Foto del escritor: Alexander ToméAlexander Tomé

Desde hace unas semanas, un amigo me habla indignado de la proliferación de distintos couchs, mentores y pseudo psicoterapeutas que inundan las redes sociales. Supongo que intenta contagiarme su indignación, pero al ver que tampoco me provoca una reacción muy intensa él sigue subiendo su rabia como últimos intentos para arrastrarme a esa corriente de injusticia. Francamente, la competencia sea más o menos leal nunca ha sido algo que me haya puesto en guardia. Pensaba desde que estudiaba y pienso que el monopolio de la ayuda es imposible que lo tengamos los psicólogos licenciados y los psiquiatras. Y aunque no deja de ser muy cierto que hemos tenido que sudar tinta y dinero para alcanzar nuestra formación, en especial desde que con el plan Bolonia en 2008 necesitamos hacer un máster especializado en psicología sanitaria para poder ejercer como clínicos, por no nombrar lo que se necesita para entrar en la sanidad pública vía PIR, la ayuda es algo tan universal y tan inherente a nuestra naturaleza, que es lógico que surja la misma desde diferentes sectores de la sociedad. Un ejemplo claro y quizás elocuente, es que según mi opinión, lo que hacemos en terapia es trabajar con la capacidad de autoayuda que tiene la persona que viene a vernos. De alguna manera, le ayudamos a descubrir cómo ayudarse.


Un bello ejemplo de competencia no ortodóxicamente leal que tenemos los psicólogos clínicos está en el mundo de las adicciones. El cual, por mi historia formativa como profesional y como persona he tenido y tengo muy cerca. En este bello contexto terapéutico, pionero en muchos sentidos de la ayuda grupal en todo el mundo, la figura del adicto que se recupera de su adicción, y tras años de abstinencia comienza a ayudar a personas que están el punto en el que él o ella arrancó, tiene muchísimos valores. Es cierto que la formación que se necesita para poder ejercer en ese formato no se acerca a un grado ni a una licenciatura, pero humanamente y a nivel sistémico tiene mucho sentido y sirve para que la cadena de la recuperación siga girando desde un punto de identificación que no siempre se consigue en otras maneras más profesionalizadas.


Independientemente de la posición profesional desde a que se encuentre el ayudador, el lugar al que vamos a tener que acompañar éticamente a la persona que demanda ayuda es la misma: su capacitación para ayudarse y ser su propio ayudador.


Digo éticamente, porque lo que si que me indigna son algunas maneras de hacer terapia en la que quién la dirige no busca mejorar a quien debe usar la paciencia para ser y hacer de paciente, si no que de manera intencionada o por incapacidad o miedo, genera una dependencia a tener que ser constantemente el profesional la figura de la que se depende para obtener ayuda. No deja de ser esta dinámica una suerte de dependencia muy poco afortunada para ambos integrantes de la relación, pues el supuesto ayudador se valora a través de una persona externa que está en una situación de vulnerabilidad, y quién viene en busca de ayuda obtiene un proceso personalizado pero no hacia su manera de ver el mundo si no que recibe una manera externa de entender la realidad que puede servir en momentos de urgencia pero que se quedará pequeña en cuanto empiece el verdadero crecimiento. Y que por mi experiencia, dará ineludiblemente conflictos relacionados con la gestión de la autoridad, en los que el peor formato será que queden silenciados por todavía un uso más interesado de la autoridad formal.





Que se dé este tipo de ayuda que suele estar más basado en las instrucciones, indicaciones, consejos y ordenes, sí que hace un flaco favor a nuestra profesión de psicólogos, terapeutas o ayudadores, venga del sector que venga esta manera a mi juicio casposa. La otra manera, que suele estar basada en la pregunta, y en un método mucho más deductivo que inductivo, genera crecimiento por ambas partes de la relación terapéutica. Un indicador que se puede buscar para ver si se da este tipo de relación que podríamos llamar de interés mutuo, podría ser la pregunta. Si el ayudador debe tener la suficiente habilidad y sensibilidad para hacer preguntas que movilicen pero que no dañen gratuitamente, el ayudado o la ayudada también generará la misma psinnergia. Preguntará al psicólogo, sobre el contenido de lo que se está trabajando, y en algunos momentos incluso de la vida personal del ayudador. El profesional en mi opinión no debe tener un excesivo miedo a estos lances del trabajo. Son más bien oportunidades para gestionando adecuadamente qué información personal suma y cual no, seguir metiendo autenticidad a la relación terapéutica. Una de las claves: que ambas partes de la psinnergia terapéutica puedan hablar de sus emociones con respecto a lo que está sucediendo in situ y en presente dentro de la sesión.


Podríamos concluir esta breve reflexión, que agradecería comentarios y distintas visiones a sumar, con que el arte de preguntar es clave para el arte de ayudar, y el arte de responder quizás lo es casi tan fundamental. Y la parte ética no vendría tanto del título de quien lo haga, si no más bien de la voluntad de ayudar a crecer y no a depender o a ser un éxito profesional del terapeuta de turno el cómo acabe el proceso de la persona que llega a pedir ayuda.

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