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Qué engloba TOXICIDAD RELACIONAL

  • Foto del escritor: Claudia Requejo
    Claudia Requejo
  • hace 14 minutos
  • 5 Min. de lectura
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Cuando hablamos de toxicidad relacional, nos referimos a una serie de patrones de interacción interpersonal que van más allá de los conflictos normales y que implican dinámicas repetitivas de daño psicológico, manipulación, abuso emocional o exclusión. No se trata simplemente de desacuerdos o diferencias ocasionales, sino de un entorno relacional persistente en el que una de las partes (o ambas) emplean tácticas que deterioran la salud emocional, la autoestima o el bienestar general del otro. En este sentido, la toxicidad relacional puede manifestarse mediante agresión relacional: comportamientos como sabotaje social, retirada emocional (love withdrawal), manipulación del lazo afectivo, o tácticas sutiles de exclusión o manipulación indirecta (retirada de afecto, críticas constantes o minimización de las emociones del otro). Estudios con parejas casadas muestran que estas formas de agresión relacional son relativamente estables en el tiempo y que la agresión relacional de los hombres (como sabotaje social o retirada afectiva) se relaciona bidireccionalmente con percepciones de baja calidad marital tanto en ellos como en sus parejas, mientras que en mujeres la retirada afectiva se relaciona con percepciones propias de peor calidad relacional con el paso del tiempo (Burke, Lee, & Oltmanns, 2018).


Estas dinámicas tóxicas no solo afectan la calidad del vínculo, sino que impactan en la salud emocional y psicológica de las personas implicadas. Por ejemplo, la agresión relacional o la victimización relacional por parte de la pareja romántica se ha asociado con mayores síntomas depresivos, especialmente cuando la satisfacción en la relación es baja. En un estudio con adultos jóvenes, se encontró que la depresión medió la relación entre la victimización relacional por parte de la pareja y problemas relacionados con conductas de riesgo (como el consumo o abuso en contextos sociales). Esto sugiere que la toxicidad relacional puede desencadenar un desgaste psicológico que va más allá del ámbito de la relación inmediata (Hoffman, Hossain, & Spence, 2018).


También hay evidencia de que experiencias tempranas en el contexto familiar pueden predisponer a relaciones adultas con dinámicas tóxicas. Por ejemplo, el conflicto interparental (los conflictos que vivió la persona al crecer entre sus padres) se relaciona con orientaciones de apego ansioso o evitativo en la edad adulta, y estas orientaciones a su vez modulan actitudes relacionales disfuncionales, como la sensación de derecho en la relación (relational entitlement), la preocupación patológica por la pareja o las dificultades para mostrarse auténtico. Estas actitudes relacionales influyen en cómo se perciben y gestionan las relaciones íntimas, favoreciendo patrones que pueden ser tóxicos o insostenibles (Schneider et al., 2023).


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Asimismo, la toxicidad relacional también puede emerger desde rasgos de personalidad problemáticos. Un estudio reciente examinó cómo los rasgos del conjunto conocido como la Tríada Oscura (machiavelismo, psicopatía y narcisismo) se relacionan con la agresión relacional, y encontró que estos rasgos predicen significativamente la agresión relacional. Además, la privación relativa (sentir que uno está en desventaja respecto a otros) y el sesgo de atribución hostil (interpretar las acciones de otros como malevolentes) mediaban la asociación entre estos rasgos y la agresión relacional, mostrando también un efecto en cadena entre ambos factores. Esto sugiere que la toxicidad en las relaciones no siempre proviene solo de dinámicas externas, sino también del modo en que la persona interpreta y procesa socialmente las interacciones (Wang, Zhang, & Gao, 2024).


El impacto de estas dinámicas tóxicas tiene consecuencias no solo emocionales sino también fisiológicas y somáticas. En parejas que presentan patrones de comunicación negativa recurrente, se ha observado un impacto incluso en parámetros biológicos relacionados con el estrés: la comunicación negativa sistemática puede afectar respuestas inmunológicas, niveles de inflamación, y estar vinculada a mayor somatización y síntomas físicos asociados al estrés relacional prolongado. Es decir, la toxicidad relacional no solo repercute en el plano psicológico, sino que puede manifestarse somáticamente, afectando la salud global de las personas implicadas (Robles et al., 2023).


Más aún, en contextos no necesariamente románticos, como el ámbito laboral, se han observado dinámicas tóxicas análogas con efectos psicológicos claros. Por ejemplo, entornos laborales con comportamientos como gaslighting (manipulación para hacer dudar al otro sobre su percepción de la realidad), combinados con exceso de carga de trabajo (workaholism), afectan negativamente la capacidad de adaptación de las personas. En esos contextos, el gaslighting actúa como un moderador negativo: agrava el impacto del exceso de trabajo sobre la capacidad de adaptarse a entornos cambiantes, generando mayor estrés, menor bienestar psicológico y limitando la resiliencia del profesional. Esto corrobora que la toxicidad relacional no se limita a relaciones íntimas, sino que puede replicarse en otros vínculos interpersonales y generar perjuicios similares (Yoon & Choi, 2024).


Desde la perspectiva clínica, reconocer los signos de toxicidad relacional implica identificar patrones repetitivos de manipulación emocional, retraimiento afectivo, sabotaje de redes sociales o aislamiento, ataque indirecto (por ejemplo, críticas sutiles disfrazadas de preocupaciones) y retirada afectiva como forma de control o castigo. También implica explorar la historia relacional de la persona (familia de origen, estilos de apego, creencias sobre el merecimiento en la relación) para comprender cómo se reproducen estos patrones. Un enfoque terapéutico puede incorporar intervenciones que fomenten la regulación emocional, la reestructuración cognitiva para disminuir sesgos de atribución hostil o sentimientos de privación relativa, y técnicas de comunicación asertiva que promuevan relaciones más saludables y equilibradas.


En conclusión, la toxicidad relacional se manifiesta como un conjunto de dinámicas interpersonales dañinas, sostenidas en el tiempo, que pueden provenir tanto de factores personales como contextuales y relaciones previas. Sus repercusiones abarcan lo psicológico, lo emocional e incluso lo físico, y pueden manifestarse tanto en relaciones íntimas como en otros ámbitos interpersonales. Comprenderla desde un enfoque basado en evidencia científica permite detectarla, abordarla y acompañar a las personas en procesos de transformación relacional hacia vínculos más saludables y respetuosos.



Referencias

  • Burke, T., Lee, T., & Oltmanns, T. (2018). Relational aggression and marital quality: A five-year longitudinal study. Journal of Family Psychology, 32(5), 605–615. https://doi.org/10.1037/fam0000274

  • Hoffman, L., Hossain, S., & Spence, S. (2018). Relational victimization, depressive symptoms, and risky behaviors in emerging adulthood: The mediating role of depression. Journal of Interpersonal Violence, 36(17–18), 8342–8361. https://doi.org/10.1177/0886260518812072

  • Schneider, A., Kivity, Y., Faure, M., & Mikulincer, M. (2023). Interparental conflict, attachment orientations, and relational entitlement in adulthood. Personality and Individual Differences, 205, 112084. https://doi.org/10.1016/j.paid.2023.112084

  • Wang, H., Zhang, J., & Gao, L. (2024). Dark Triad traits, hostile attribution bias, and relational aggression: The mediating role of relative deprivation. Personality and Individual Differences, 226, 113214. https://doi.org/10.1016/j.paid.2024.113214

  • Robles, T. F., Slatcher, R. B., & Kiecolt-Glaser, J. K. (2023). Marital quality and health: Biobehavioral pathways and mechanisms. Psychoneuroendocrinology, 152, 106072. https://doi.org/10.1016/j.psyneuen.2023.106072

  • Yoon, J., & Choi, Y. (2024). Gaslighting, workaholism, and work agility among nurses: Moderating effects of toxic leadership. International Journal of Environmental Research and Public Health, 21(4), 1452. https://doi.org/10.3390/ijerph21041452

 
 
 

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